martes, 8 de septiembre de 2009

San Roque, san Roque, que ese sapo ni me mire ni me toque.



Lo cierto es que cuando sos una persona que se pone nerviosa, alterada, histérica fácilmente, la vida no es tan simple. Yo me banco muchas cosas. Y, en realidad, parte de mi esfuerzo diario consiste en bancar muchas más.

Con dedicación le perdí el pánico a que la gente se "chupe" los dientes (cómo se dice eso? alguien se da cuenta de lo que digo?), a las etiquetas que salen desde el cuello de las remeras o cualquier otro tipo de prenda, e incluso a la gente que dice "váyamos"... ta, esa última me produce una especie de escozor y suba de temperatura corporal, pero logro controlar mi ira. Antes me ponía extremadamente nerviosa tener que para el ómnibus. Rezaba con todo mi ser que hubiera más gente en la parada, y que se tomaran el mismo que yo. Uno, aunque sea.


Pero nunca, jamás, voy a superar el tema de los sapos. En general, los animales y yo no tenemos un gran feeling. Yo los aprecio y los respeto, me encantan en la teoría, sé mucho sobre ellos, pero en la práctica mantengo considerables distancias. El día que le dé un beso a un perro el mundo se caerá a pedazos.

Pero con los sapos es algo que va más allá de lo natural. Los odio. Los detesto profundamente. Me dan un miedo y un nerviosismo anormal. Pero... ¿Acaso soy la única que piensa que algo anda mal con esos bichos? Más allá de que sean repugnantes plastas saltarinas y viscosas... ¿no traen consigo una especie de atmósfera sospechosa? Si yo fuera umbandista diría que están poseídos por el diablo. Me acuerdo de esa película con Sandra Bullock y Nicole Kidman, que son brujas y matan al novio de esta última, pero él revive y la casa se llena de sapos. Uno de ellos vomita el anillo del tipo! El punto es que aunque sea un director de cine, o quien haya inventado esa escena, los asoció al horror, a lo tétrico.

Miren esa mirada, por Dios. No pueden venirme con el argumento de "ay, un sapo ve una persona y sale corriendo, pedazo de grandota!", porque no es una cuestión de tamaño. El sapo sabe que jamás, repito, jamás, le voy (le vamos) a poner encima ni el dedo meñique del pie. Es más, uno de mis más grandes miedo es, algún día desgraciado y apocalíptico, pisar un sapo y que todas sus tripas salten hacia los costados, como cuando los autos los pisan. De hecho, en casa no habría tantas luces exteriores si yo no gritara de terror cada noche de verano.


En Camerún habita la rana más grande del mundo: La rana goliath. Llega a medir 33 cm de largo y pesar 3 kg. Puede saltar tres metros en un solo salto. Si algún día, más desgraciado y apocalíptico que cualquiera, llegara a tener que ir a Camerún, seguramente me lo cruzaría. Y me miraría con odio, porque siendo el rey de los anuros conoce todo sobre sus hermanos y sabe que los detesto, para luego saltarme encima y llenarme de baba venenosa de sapo asesino. Y yo moriría gritando de miedo y asco, mientras él croa en señal de triunfo, y su garganta se infla asquerosamente. Por eso, en cuanto logre independencia económica me voy a mudar a uno de estos lugares pintados de gris donde, según Wikipedia, no hay anuros:



Por: Mitocondria.

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